Una
creencia popular muy extendida es la que afirma que los Testigos de Jehová
pueden impedir que, por ejemplo, un hijo menor de edad reciba un tratamiento médico
que, desde el punto de vista de sus creencias, suponga un atentado contra la
inviolabilidad de sus cuerpos, entendidos estos como una creación de Dios que ningún
ser humano puede alterar. El caso paradigmático es el de una pareja de Testigos
de Jehová que se presenta en el servicio de urgencias de un centro hospitalario
con un hijo o hija menores desangrándose, y los médicos dictaminan que dicho
menor necesita urgentemente una transfusión de sangre para sobrevivir. Mucha
gente cree que la negativa de los padres en estos casos es razón suficiente
para que no se le practique al menor la transfusión que “violaría” su cuerpo,
entendido, como digo, como el templo de Dios. Eso es rotundamente falso. En
estos casos, u otros análogos, los centros hospitalarios españoles tienen
establecido un protocolo de actuación que prevé que la autorización para llevar
a cabo cualquier procedimiento médico destinado a salvar la vida del menor la
concede el juzgado de guardia, en virtud del principio constitucional del
derecho a la vida y su protección, que se considera superior al derecho a las
creencias religiosas. Por tanto, en caso de darse la negativa de los
progenitores en estos supuestos concretos, el centro hospitalario solicita
urgentemente al juez de guardia la autorización necesaria para salvar esa vida,
con independencia del derecho que luego puedan tener los padres a interponer
una reclamación judicial que, planteada en esos términos, difícilmente prosperará.
Una novela que plantea muy bien este dilema jurídico-religioso-moral es La ley del menor, de Ian McEwan, por más
que su trama esté ambientada en el Reino Unido y tengamos que hacer las
necesarias diferenciaciones entre nuestro sistema jurídico y el anglosajón. La ley del menor ha sido recientemente
llevada al cine por el realizador Richard Eyre, en el film titulado en España El veredicto (La ley del menor) (The Children Act, 2017) y protagonizado por Emma Thompson, quien interpreta a una jueza encargada de
resolver el caso de un menor de 17 años, por tanto, a un paso de la mayoría de
edad, que se niega a recibir la transfusión de sangre que salvaría su vida
porque ello supondría atentar contra sus profundas creencias como Testigo de
Jehová.
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