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PUBLICADA EN “EL INDEPENDIENTE”]. Haciendo buenos, por desgracia, los peores
pronósticos, el mayor fracaso político de la España contemporánea, cuya
consumación se preveía para el día de ayer, 1 de octubre de 2017, ha acabado
derivando en el mayor desastre de la historia reciente. Un desastre que excede
lo meramente político y que, a falta de que se lleven a cabo las
investigaciones pertinentes, tiene un calado en todos los ámbitos –sociales,
históricos, culturales y, sobre todo, humanos– de unas proporciones, ahora
mismo, incuantificables.
Policía
Nacional, Guardia Civil y Mossos d’Esquadra tenían que llevar a cabo una
requisa de material necesario para la celebración del referéndum de
autodeterminación de Cataluña (urnas, papeletas, ordenadores), y el cierre
precintado de los locales seleccionados por el Govern de la Generalitat de
Catalunya para la celebración de la consulta. La ejecución de dichas órdenes judiciales
estaba destinada a impedir el referéndum. Lo que tenía que ser una mera
incautación de materiales y cierre de locales, con vistas a impedir el acceso a
los mismos de la población catalana convocada a las urnas, degeneró en una
serie de asaltos ejecutados con la máxima brutalidad y ausencia total de
miramientos. El resultado de tales acciones, perpetradas por Policía Nacional y
Guardia Civil, arrojó un trágico balance de 844 heridos –893
según otras fuentes–, entre ellos 33 agentes de los cuerpos de seguridad. Según
rumores no confirmados en el momento de escribir estas líneas, podría haber dos
víctimas mortales, un hombre y una mujer, como consecuencia de sendos infartos
de miocardio, si bien, insisto, esto sigue pendiente de confirmación.
El
despliegue policial llevado a cabo sobre todo por Policía Nacional y Guardia
Civil en el territorio de Cataluña dos semanas antes del referéndum no era, a
priori, estrictamente necesario, o por lo menos, su necesidad y, en particular,
su emergencia, no estaba del todo clara. De acuerdo que, según el criterio del
Gobierno Español, este referéndum era ilegal e inconstitucional, como
consecuencia de la suspensión cautelar por el Tribunal Constitucional de las
leyes de convocatoria del mismo y de desconexión del Estado Español llevadas a
cabo por el actual Govern catalán en dos sesiones en el Parlament de Catalunya
plagadas de irregularidades que, de entrada, ponían seriamente en duda su
validez. La pregunta era por qué tomarse tantas molestias para impedir una
consulta que, tal y como estaba planteada, y viéndola desde un exclusivo punto
de vista jurídico-legal, iba a ser invalidada, fuera cual fuese su resultado,
por carecer del soporte legal adecuado. Tenía más sentido, pero tampoco acababa
de justificar por completo tanto empeño en impedir su celebración, tanta prisa
y tantos refuerzos policiales, la persecución de los ilícitos penales –sedición,
desobediencia, prevaricación, malversación– que presuntamente rodean al mismo,
y digo “presuntamente” porque ninguno de esos delitos ha sido todavía juzgado
ni declarado como tal por sentencia.
Pero,
una vez llegado el día del referéndum, desde primeras horas de la mañana y a lo
largo de la práctica totalidad de la jornada, Policía Nacional y Guardia Civil
irrumpieron con una virulencia inesperada en los locales destinados a la
celebración de la consulta. Se rompieron puertas y cristales, se forzaron
armarios, archivadores y mobiliario. Y, lo que es peor, se contuvo
violentamente a las personas que desde bien temprano estaban haciendo cola para
ejercer el voto, llegándose en los momentos álgidos a la utilización de la
fuerza bruta. Golpes con las porras reglamentarias, disparos con balas de goma –prohibidas
en todo el territorio catalán a raíz del tristemente célebre caso de Ester
Quintana–, lanzamiento de gases lacrimógenos, incluso disparos al aire,
arrojaron el mencionado saldo de heridos de diversa consideración, entre los
cuales estaban personas de todas las edades. En el momento de escribir
estas líneas no tengo noticia de que ninguna de esas acciones fuera llevada a
cabo por Mossos d’Esquadra; es más, estos últimos tienen ahora mismo
interpuestas varias denuncias por parte de la Guardia Civil, acusándoles de una
actitud, dicen, excesivamente “pasiva” a la hora de cumplir las mismas órdenes
que tenían ellos.
Está
muy claro que, al menos en teoría, Policía Nacional y Guardia Civil –y,
también, Mossos d’Esquadra, aunque sobre su actuación siga habiendo diversas
dudas– no hacían nada más que cumplir órdenes de la autoridad judicial y del
Fiscal General del Estado. Pero parece evidente, a juzgar por el resultado y ante
los numerosos testimonios personales y gráficos existentes por parte, incluso,
de observadores internacionales, que Policía Nacional y Guardia Civil se
extralimitaron en sus funciones, incurriendo a su vez en la perpetración de
presuntos delitos que no pueden ni deben justificarse en base al argumento del
cumplimiento del deber.
Es
evidente, asimismo, que las fuerzas de seguridad del estado están sometidas a
unos protocolos de actuación en situaciones como las que se dieron ayer en toda
Cataluña. Protocolos que “toleran”, entre comillas, la vulneración de derechos
y libertades fundamentales de los ciudadanos en beneficio de un bien común de
interés general, tal y como es el mantenimiento del orden público y la
seguridad ciudadana. Espinosa cuestión esta, que debe ser cuidadosamente
ponderada por los tribunales de justicia y que se inspira en los principios de
congruencia, oportunidad y proporcionalidad que contemplan la Constitución
Española, la Ley 2/ 1986 de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, y la Instrucción
12/ 2007 de la Secretaría de Estado de Seguridad.
En
cualquier caso, y a la espera de que se lleven a cabo las investigaciones
oportunas destinadas a depurar responsabilidades, ninguno de esos principios pareció
cumplirse ayer en las actuaciones de contención llevadas a cabo en Cataluña por
Policía Nacional y Guardia Civil que acabaron con un saldo de heridos o
lesionados. Se violó el principio de oportunidad, que es el que atañe a la
necesidad de recurrir o no a la coacción física, de acuerdo con los datos
conocidos sobre la situación y el sujeto o sujetos a contener. Se violó el
principio de congruencia, por el cual la decisión del empleo de la fuerza por
parte del agente, para que sea legítimo, tendrá que llevarse a cabo mediante el
medio legal disponible más idóneo y que se adapte mejor a la situación a
contener. Y se violó el principio de proporcionalidad, en virtud del cual la
fuerza de contención a emplear no sobrepase nunca la estrictamente necesaria
para conseguir el control de las situaciones o de las personas que lo
requieran.
La
necesidad de las acciones policiales de contención, registro, incautación y
cierre precintado no encaja con el comportamiento general del colectivo de personas
que estaban a cargo de las mesas y colegios electorales, ni con las que estaban
aguardando turno para votar siguiendo el régimen de cola. Más si tenemos en
cuenta que entre ellas se hallaban muchos infantes y personas de edad avanzada,
las cuales bien poco peligro podían ofrecer al orden público y la seguridad
ciudadana. Con independencia de que los agentes de Policía Nacional y Guardia
Civil hubiesen sido previamente informados en torno a la supuesta “peligrosidad”
(¿?) de tales personas, resulta evidente que su actuación fue desproporcionada
y que deberían exigirse responsabilidades tanto a aquellos agentes que, en
casos concretos, hayan incurrido en esos excesos de celo tan pronto sean
debidamente identificados, como, por descontado, a sus superiores jerárquicos,
principales responsables de sus actuaciones.
En
resumen, que el cumplimiento de resoluciones judiciales y de instrucciones de
la Fiscalía General del Estado no justifica unas actuaciones policiales que
fueron más allá del estricto cumplimiento de su deber y terminaron incurriendo
en delitos –presuntos, a la espera de que sean juzgados y declarados como tales
en sentencia judicial– de lesiones y daños de diversa consideración, a los
cuales podrían quizá sumarse otros como amenazas o intimidación.
Cuestión
particularmente compleja es si, como se ha dicho, la actuación de Policía
Nacional y Guardia Civil supuso una violación del derecho a la libertad de expresión
y el derecho de sufragio, ambos estrechamente relacionados entre sí, habida
cuenta de que es difícil concebir una libertad de expresión que no contemple o que
limite el derecho al sufragio, y a la inversa, dado que comparten elementos que
les son consustanciales. El problema vuelve a ser la dificultad que plantea la
participación en un referéndum que había sido convocado sin las garantías más
elementales, tales como un censo electoral adecuado. Puede volver a decirse que
votar en este referéndum no hubiese servido para nada porque, al ser ilegal e
inconstitucional según el criterio del Estado Español, su resultado quedaba
invalidado desde el principio. Pero, a fin de cuentas, nada impedía celebrarlo
por parte de sus organizadores, tanto si asumían ese riesgo de invalidación
como si no, pues su celebración no ofrecía, a priori, riesgo alguno para el
orden público o la seguridad ciudadana, y dejando al margen el hecho de que dicha
consulta tenga o pueda tener un gran valor simbólico/ sentimental/
reivindicativo o el que se quiera para sus organizadores, y que, como
consecuencia de ello, movilice –como movilizó– a un importante sector de la
población catalana.
Podemos
considerar, bajo cierto punto de vista, que la actuación de Policía Nacional y
Guardia Civil podría ser, asimismo, constitutiva de presuntos delitos electorales,
tales como los de impedir o dificultar injustificadamente la entrada, salida o
permanencia de los electores, candidatos, apoderados, interventores y notarios
en los lugares en los que se realicen actos de procedimiento electoral (artículo
146.c) de la Ley Orgánica 5/ 1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral
General); y de perturbación de actos electorales o penetración en los locales
donde se están celebrando portando armas u otros instrumentos susceptibles de
ser usados como tales (artículo 147 del mismo cuerpo legal). Pero, claro,
estamos hablando de un referéndum, teóricamente, ilegal e inconstitucional, y
de penetración en locales ordenada por la autoridad judicial. Habrá que
dilucidarlo en cada caso.
Más
allá de todos estos tecnicismos legales, y de algunos otros que probablemente surgirán
ahora o más adelante, lo que subyace de lo ocurrido ayer en Cataluña es la
ignominiosa sensación de vergüenza ante unos hechos que, cada día está más
claro, podrían haberse evitado perfectamente por la vía del diálogo. El
President de la Generalitat de Catalunya Carles Puigdemont tiene parte de
responsabilidad en lo ocurrido, al haber incurrido él y los miembros del Govern
catalán en una actitud temeraria, apoyando un referéndum irregularmente
convocado y movidos por un exceso de entusiasmo y de confianza en sí mismos
ante el convencimiento de que el Estado Español nunca se hubiese atrevido a
llevar a cabo una acción represiva de tanta contundencia.
Pero
la mayor responsabilidad sigue recayendo, como desde el primer día, en el
Presidente del Gobierno Español Mariano Rajoy, máximo responsable de las fuerzas
de seguridad del estado, y por tanto la persona que ha dictado las órdenes que
han culminado en este desastre, o en su defecto, principal responsable
jerárquico del energúmeno que lo haya hecho. Su primer error, grave, consistió
en enviar a Policía Nacional y Guardia Civil a Cataluña con la esperanza de
sembrar el miedo y la intimidación entre un pueblo que tan solo pretendía
votar, aunque fuera en un referéndum nacido cojo y de resultados inseguros.
Rajoy ha demostrado arrogancia, insensibilidad y, sobre todo, una profunda
ignorancia hacia el carácter, el pensamiento y los sentimientos del pueblo
catalán. Un pueblo al que nadie, y menos él, tiene que darle lecciones de
democracia: no olvidemos, en palabras de Santiago Carrillo, que Cataluña y
Barcelona fueron el último bastión que defendió la democracia contra Franco en
la guerra civil.
Salvo
que se quiera llegar a la solución de un referéndum pactado, algo que podría
haberse hecho mucho antes y sin necesidad, como quizá ocurra ahora, de intentar
limpiar de ese modo la sangre por parte de quienes, por acción u omisión, han
tenido algo que ver en su derramamiento, ahora mismo no veo un futuro muy halagüeño.
La aparente minusvaloración, cuando no abierta indiferencia del Gobierno
Español ante lo ocurrido ayer en Cataluña, y el consabido cruce de reproches
desde posiciones políticas irreconciliables, no permite albergar esperanzas a
corto plazo. Cabe la posibilidad de que la comunidad internacional reaccione y
preste a Cataluña apoyos interesantes, pero esa es una opción, ahora mismo, un
tanto vaga, habida cuenta la dificultad intrínseca, volvamos a repetir, de que
se acepte allende nuestras fronteras el resultado de un referéndum considerado
ilegal e inconstitucional dentro del territorio nacional donde se ha celebrado
y sin que la aceptación del mismo se vea como una injerencia en la soberanía
del Estado Español, por más que, según el Govern catalán, sus resultados hayan
sido –a pesar de todo– espectaculares: más de dos millones de votos, un 90% de
los cuales a favor del “sí”, que tendrían el mérito indiscutible de haber sido arrancados
en medio de empujones, palizas y cargas policiales.
La
situación cambió radicalmente de ayer a hoy. Mañana hay convocada en Cataluña
una huelga general. La posibilidad de una declaración unilateral de
independencia por parte del Govern de la Generalitat se avista en un horizonte
muy próximo. Vivimos un momento histórico en el cual todo se mueve de manera
muy rápida e inesperada. Esperemos que sea para bien de todos.
Esto no va de Independencia o no independencia, ni de referendum ni no referendum, ni de Legalidad o no legalidad (recordemos que el régimen nazi alemán,el sudafricano o la dictadura del General Franco, entre otros muchos tenían leyes), esto va de justicia y quién ayer agredió con saña y divertimento (véase el vídeo donde a una mujer le rompen los dedos de la mano uno a uno, mientras sus compañeros le soban las tetas (los senos para los más puristas) y se reían mientras tanto) fueron las fuerzas armadas españolas. Yo, que me considero una persona bastante moderada, ya estoy cansado de tantos paños calientes, está demostrado quién agredió, sólo hace falta ver los vídeos (incluso está identificado el "rompehuesos"), y por lo que a mi respecta los responsables directos son los que dan patadas, disparan balas de goma, golpean con porras, etc. (magnífica defensa la de "cumplíamos órdenes" para los que gaseaban, fusilaban y torturaban a personas por ser judíos). Habiéndolo vivido "in situ" (aunque por fortuna no hubo heridos) pero oyendo como en los colegios cercanos habían gritos y disparos, me dio la sensación que estaba en un campo de concentración a la espera de ser ejecutado. Por todo ello, sólo me queda decir que por mi parte NO HABRÁ OLVIDO NI PERDÓN, y por supuesto, esto no es una amenaza, es un sentimiento de odio que es mucho peor para quién va dirigido.
ResponderEliminarPero Francesc, hombre, que ese vídeo es falso, que no le rompieron nada pese a que ella así lo denuncia... Que se vendó hasta la otra mano... ¡Que no te enteras, buen hombre!
EliminarDesde el "otro lado" sólo siento infinita tristeza y decepción. Qué poca empatía por parte de muchos catalanes hacia el resto de españoles y qué poco respeto a los catalanes que sí respetan la ley y llevan años siendo reprimidos por el mero hecho de no ser nacionalistas. Para ellos no hay una TV que les dé cobertura a sus lloreras y quejas. Aquí seguiremos siendo los malos de la película, los británicos de "Revolución" de Hugh Hudson. España, rota otra vez, acabará como la vaquilla de la película de Berlanga. Entiendo sus razones que dan ustedes desde su región pronto país, no me tengan por un extremista, mas algún día habría que pensar si esto no es algo respaldado desde lejanos países (hola Putin!) y si les merecía la pena el esfuerzo.
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