[NOTA
PREVIA: ARTÍCULO DE MARÍA R.
SAHUQUILLO, CON INFORMACIÓN DE JOSÉ NARANJO, NATALIA SANCHA, BEATRIZ SANZ,
DAPHNÉE DENIS, LUCÍA ABELLÁN Y CARLOS ARRIBAS, ORIGINALMENTE PUBLICADO EN “EL
PAÍS” EL 8.03.2017.]
Ciento sesenta y nueve años. Sí, 169. Es el
tiempo que, según el Foro de Davos, falta para alcanzar la igualdad económica
entre hombres y mujeres, una de las variables más medibles del desequilibrio de
género. En pleno 2017, una radiografía de la situación todavía muestra un mundo
abrumadoramente desigual; un planeta que discrimina a la mitad de sus
habitantes y en el que ellas son mucho más vulnerables. En el que cada 10
minutos una mujer es asesinada a manos de su pareja o su expareja, donde una de
cada tres ha sufrido una agresión sexual, ellas cobran menos que sus compañeros
varones por un trabajo de igual valor y donde todavía hay países que impiden a
las casadas tener un pasaporte propio. Por eso, hoy, Día Internacional de la
Mujer, organizaciones de 50 países han llamado a secundar un paro laboral
(parcial, en algunos casos), de consumo y de cuidados. También a marchar para
reivindicar la igualdad real.
Hay poco que celebrar y mucho por lo que
luchar, apunta Malgorzata Jonczy Adamska, psicóloga y pedagoga de origen polaco
que vive en Noruega y que, como muchas de sus compañeras, va a secundar el
paro. “Cada mujer y niña debe tener
derecho a la educación, a una vida sin violencia, acceso a anticonceptivos
seguros y baratos y al aborto seguro”, insiste. Esta reclamación, que
debería sonar a antigua, no lo es. Sobre la mesa, la cifra de los asesinatos
machistas, el indicativo más extremo de la desigualdad de género. En España, 16
mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas en lo que va de año
(otro caso está en investigación) y dejan ocho menores huérfanos. En Argentina,
cada 30 horas es asesinada una mujer. En Alemania, las muertes anuales superan
las 300.
Y, pese a que se han producido avances, todavía
hay países que carecen de una legislación específica sobre violencia contra la
mujer. O que, como Rusia, han dado un paso atrás y han despenalizado parte de
estas agresiones.
En pleno siglo XXI, las paquistaníes casadas no pueden registrar un negocio sin permiso de su esposo. Tampoco las congoleñas, que, como las nigerianas, además no pueden abrir una cuenta del banco sin la firma de su cónyuge, la misma discriminación que afrontaban las españolas bajo el franquismo. En 32 países, las casadas ni siquiera pueden tener pasaporte propio. En Bolivia, Camerún o Guinea existen leyes que establecen que las casadas necesitan el permiso de su marido para firmar un contrato de trabajo.
En pleno siglo XXI, las paquistaníes casadas no pueden registrar un negocio sin permiso de su esposo. Tampoco las congoleñas, que, como las nigerianas, además no pueden abrir una cuenta del banco sin la firma de su cónyuge, la misma discriminación que afrontaban las españolas bajo el franquismo. En 32 países, las casadas ni siquiera pueden tener pasaporte propio. En Bolivia, Camerún o Guinea existen leyes que establecen que las casadas necesitan el permiso de su marido para firmar un contrato de trabajo.
La radiografía suma y sigue. Más de 220
millones de mujeres que quieren evitar un embarazo no tienen acceso a
anticonceptivos modernos. Y 50 millones de niñas no van al colegio, la mayoría
en África, según Unicef, un derecho fundamental sin el que su futuro estará más
que limitado.
Organizaciones de 50 países llaman a secundar
hoy un paro femenino
estigma social la imposibilidad de ir a clase porque son expulsadas de los centros educativos. El Gobierno asegura que suponen una “influencia negativa” para las demás. En otros países no es la ley, pero sí el estigma o presiones de los colegios y las autoridades quienes fuerzan a las chicas a abandonar las aulas. En la mayoría de los casos no vuelven.
estigma social la imposibilidad de ir a clase porque son expulsadas de los centros educativos. El Gobierno asegura que suponen una “influencia negativa” para las demás. En otros países no es la ley, pero sí el estigma o presiones de los colegios y las autoridades quienes fuerzan a las chicas a abandonar las aulas. En la mayoría de los casos no vuelven.
“Debí
renunciar a toda compensación económica para poder divorciarme”. Es el
testimonio de Rania, una libanesa musulmana suní de 28, madre de dos menores y
víctima de malos tratos durante los ocho años que duró su matrimonio. Quiso
separarse legalmente y, como toda mujer que lo intenta en Líbano, le resultó
casi imposible. En este país de 4,5 millones de habitantes son las cortes
religiosas quienes rigen tanto matrimonios como divorcios. Y existen 18
confesiones y, por lo tanto, 18 versiones de la discriminación legal de la
mujer. En todas, excepto en la cristiana, el hombre puede solicitar
unilateralmente el divorcio.
Sin el consentimiento del hombre, la mujer
libanesa de cualquier confesión ha de enfrentarse a un costoso y largo proceso
para obtener el divorcio. “Esto disuade a
una mayoría de mujeres económicamente dependientes. Las que deciden continuar
con el proceso, afrontan un mínimo de dos a tres años de separación para, con
suerte, obtener la anulación del matrimonio”, dice.
La brasileña Joyce Fernandes tiene 31 años y se
ha hecho cantante de rap, pero la mayor parte de su vida la pasó trabajando
como empleada doméstica, primero, en la adolescencia ayudando a su madre, y
después haciéndose cargo de una casa. Su destino parecía el mismo de tantas y tantas mujeres
negras. En un país donde el 52% la población tiene orígenes africanos, la
profesión del 18% de todas las mujeres negras es la de empleada de hogar.
Joyce llegó a escuchar a una de sus patronas
decirle que no debería estudiar, que lo suyo era resignarse a ser feliz en su
posición social y con su trabajo, el mismo de su madre y su abuela. Pero ella
decidió que no seguiría ese camino. Entró en la universidad para estudiar
historia y rompió el bloqueo en una nación donde apenas el 12% de la población
negra tiene la oportunidad de cursar estudios superiores. Ahora es conocida
como Preta Rara, rapera y activista que lleva su lucha desde una página en
Facebook a modo de diario en defensa de las empleadas de hogar. “Mi intención siempre ha sido dar visibilidad
y voz a esas mujeres, para que puedan hablar en primera persona”.
Los asesinatos no cesan. Siete mexicanas son
asesinadas cada día. Y solo un 25% de los casos son investigados como crímenes
machistas, según el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio. Araceli
Mondragón, madre de Abigail Guerrero Mondragón, violada y lapidada en diciembre
de 2016 en Ciudad de México, recuerda que los tres sospechosos siguen en libertad.
La policía “perdió pruebas fundamentales”,
indica el observatorio.
En algunos casos, las autoridades han pedido a las familias que paguen para que su caso permanezca abierto. Lo más frecuente es que los allegados investiguen solos. Los culpan por lo que ha pasado y les dicen: “Tráiganme pruebas”. Las familias se ponen en riesgo para encontrar indicios.
En algunos casos, las autoridades han pedido a las familias que paguen para que su caso permanezca abierto. Lo más frecuente es que los allegados investiguen solos. Los culpan por lo que ha pasado y les dicen: “Tráiganme pruebas”. Las familias se ponen en riesgo para encontrar indicios.
Si hay un ámbito en el que escasea
la presencia femenina es el mundo militar. Las mujeres apenas representan el
11% del personal integrado en las fuerzas armadas de los países de la OTAN,
según datos de esta organización. Su secretario general, Jens Stoltenberg,
quien se estrenó en política presidiendo un comité para potenciar la función de
la mujer en la sociedad noruega, pide cambios. “Si quieres tener a la mejor gente, no deberías reclutarla solo entre la
mitad de la población. Contratar a mujeres es justo, pero también es inteligente: se toman mejores decisiones”, argumenta Stoltenberg en una entrevista con varios medios en Bruselas con motivo del Día de la Mujer. Stoltenberg exhibe algunos logros: un 25% de los ministros de Defensa de los países aliados son ministras. Y la número dos de la Alianza es, desde octubre pasado, Rose Gottemoeller, una estadounidense experta en seguridad. “Yo animo a todos los aliados a que hagan más. Muchos aún tienen un largo camino que recorrer”, admite.
El deporte de competición es el
universo de los sueños. El niño que quiere ser campeón sabe que tiene que dejar
los estudios al terminar el bachillerato como tarde y entregarse a los
entrenamientos. Aunque no alcance sus metas y se quede en un ciclista más del
pelotón, sabe que podrá vivir unos años de la profesión. La niña que quiere ser
ciclista o atleta sabe que, aunque alcance su meta, no podrá dejar de estudiar,
pues, salvo mínimas excepciones, nunca podrá vivir del deporte y cuando acabe
su carrera tendrá que buscar un trabajo en el mundo real.
Sheyla Gutiérrez, riojana, tiene 23 años y es
una de las mejores ciclistas del mundo. Corre en un equipo de California. “He alcanzado mi sueño. Soy ciclista”,
dice después de ganar en Bélgica una clásica dura. Los sueños de las mujeres,
su voluntad, son más fuertes que el pavés de granito que endurece las
carreteras.
Bienvenidos al deporte, un mundo creado por los
hombres para los hombres y aún dominado por los hombres. Quienes lo practican y
quienes gestionan. Un ejemplo: solo hay un 14% de mujeres en puestos ejecutivos
en las confederaciones continentales de los 28 deportes considerados olímpicos,
según el Instituto Europeo de Igualdad de Género (EIGE). En España, el
porcentaje es inferior: un 12%. “No sé si
habría sido diferente si hubiera sido chico”, dice la corredora. “El camino es parecido, tienes que trabajar y
progresar y al final siempre encuentras tu oportunidad, como los chicos. La
diferencia es que nosotras sabemos que no nos podemos ganar la vida con esto.
Lo hacemos todo por pasión”.
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